lunes, 8 de febrero de 2016

si ellos tuviesen un saco de dormir



Antes de verla, Las cuatro noches de un soñador me la había contado mi padre, varias veces, de viaje en coche, de noche en un camping, aunque no la contaba entera, solo escenas, y además algunas de ellas estaban equivocadas, eran de El diablo, probablemente. 
No recuerdo, sin embargo, que me hablase de las canciones, porque Las cuatro noches es casi un musical, canciones apareciendo y desapareciendo en la noche parisina (sibilina).
Oh, oh, chica misteriosa aparecen cantando mientras caminan unos chicos y chicas, guitarra en mano y saco de dormir a la espalda, y eu sou um porto aberto pra canção aparecen cantando como por arte de magia unos músicos en un bateau mouche que tiene luces de nave espacial, e if I had a ribbon bow canta una chica a la guitarra, acompañada por una flauta, bajo un árbol, en la noche de los muelles del Sena, mientras algunos escuchan, otro lee y dos están metidos en sus sacos de dormir, no sé si para dormir ya o porque se está tan bien dentro de un saco de dormir...
La cuatro noches es un musical en el que ni Jacques ni Marthe, los protagonistas, cantan, aunque Marthe se podría decir que baila, casi inmóvil, mientras descubre su cuerpo y en la radio suena quero o meu caminho claro... 
Y Jacques, bueno, Jacques graba a las palomas en el parque y se graba contando sus ensoñaciones, y a lo mejor le habría ido mejor si a esas palabras les hubiese añadido un poco de música.
El mundo canta alrededor de Jacques y de Marthe, un mundo de jóvenes al que ellos no llegan a pertenecer más que un tiempo, de lejos, mirando y escuchando.
Ved cómo pasan por allí. Ved qué paz hay en ese pequeño momento, qué ganas de que se queden un poco más ahí, al borde del Sena, escuchando las canciones, que se apunten a ese mundo de los otros jóvenes, a lo mejor era ese el mundo que andaban deseando, no sé.
Yo creo que se está tan a gusto en esta secuencia por ese tipo que está allí leyendo un libro. Está en su libro y al mismo tiempo está junto a los otros, está en el lugar de la música, y parece que ese fuese el mejor lugar posible para leer.
O a lo mejor se está tan a gusto por esos que están en sus sacos de dormir, reconvirtiendo la ciudad en campo, con un cielo quizás sin estrellas pero con luna, y con barcos espaciales pasando junto a ellos.
A mí esta película me la contaron por primera vez sin las canciones y equivocada, pero entre sacos de dormir, y al volver a verla pienso que si Marthe y Jacques hubiesen tenido un saco de dormir, si se hubiesen quedado en ese lugar, bajo ese árbol, todo les habría ido mejor.
(Cuatro noches de un soñador, Bresson)

domingo, 7 de febrero de 2016

mi mano sobre tu pecho


I speak in answers only
to see them in my mind

Es una película de chistes. Eso ya lo dije.
Es una película de canciones. Eso ya lo diré.
Es una película de cuerpos. Eso lo digo ahora.
No lo digo bien. Es una película de cuerpos que desean y de cuerpos deseados.
Cuerpos que desean cuerpos que pueden ser historias, que son promesas de otra vida.
Marthe con su cuerpo busca el cuerpo del inquilino al que nunca ha visto pero con el que imagina poder salir de su vida actual para siempre.
Jacques va siguiendo por la calle cuerpos alrededor de los cuales luego entreteje fantasías de una vida de melodrama.
...ávido de recibir en sí mismo
otro cuerpo que sueñe...

Ved la mano de él sobre el rostro de ella.
El rostro de ella es sueño pero también es cuerpo, es sueño hecho piel y carne y huesos.
Lo acaricia como se acaricia un cuerpo.

Antes hubo, y esto es importante, muy importante, el asombro de ella ante su propio cuerpo: espalda, mano, rodilla, pierna, pie... ¡Qué asombro que mi cuerpo sea un cuerpo!

Ahora, en los muelles, de noche, es la mano de Jacques la que se asombra de que el cuerpo de Marthe no sea una idea sino un cuerpo, y aprieta y aprieta, como quien pregunta, ya sabéis, el deseo es una pregunta... 
Y entonces vemos, como no habíamos visto antes, a pesar de su desnudez, el cuerpo de Marthe.
La mano de Jacques lo hace visible de otra manera.
Vemos también el cuerpo de Jacques, vemos ese cuerpo que es todo deseo, todo pregunta.

Aún quedan la mano que baja y, más tarde, en el bar, la mano en la rodilla.
Y luego las historias que vuelven a empezar y las preguntas que se quedan sin respuesta y de todas maneras la respuesta, dicen, no existe.

(Cuatro noches de un soñador, Bresson)

si ella tuviera un pañuelo rojo




No sé, es un plano bonito ¿no? La mano de ella cogida del brazo de él. La mano de Jacques que busca y enseguida encuentra entre los pañuelos esa tela roja con puntos blancos, esa tela como de cuadro, como de virgen bizantina repintada por Matisse. Con un gesto suave y rápido (pero sin prisas) envuelve la tela alrededor del cuello de Marthe. Ella queda ahí, de perfil, muy reina Ginebra en ese momento, mientras él, imaginamos, va a pagar. A la izquierda del plano, en lo alto, vemos como unas patas de muñecos de trapo, rosa y azul, tiempo de luz, yo de rosa y tú de azul. Ahí, en cinco, seis, siete, ocho segundos, por la cara de ella pasa algo que no sabemos qué es, la extrañeza de estar ahí, quizás, mientras cambia su vida, mientras su vida ya no es la que era hace no tanto, porque ella ya no es la chica del puente y del amante ausente, no, si contase su historia ya no sería esa. ¡Qué extraño que algo nuevo e inesperado esté sucediendo y que al mismo tiempo sea tan sencillo como eso, tener un pañuelo rojo nuevo en torno al cuello! Eso pongo ahora en ese rostro. Otro día pondré otra cosa. No importa. De fondo se oyen motos y pasos y yo diría que en ella empieza una sonrisa. Salen de plano. Al fondo se ve a una chica morena con un abrigo atigrado. En breve se habrá acabado la felicidad de Jacques. 
(Cuatro noches de un soñador, Bresson)

invisibles a pleno sol


Bresson tiene gracia, cuando menos te lo esperas tiene chiste, y las cuatro noches de un soñador la que más, las cuatro noches de un soñador casi todo el rato, desde el principio, cuando Jacques hace autoestop y se encoge de hombros ante el conductor que le pregunta a dónde va, hasta el final cuando, melancólico él, graba en su cassette el final alternativo de su historia, el final feliz (para él), y entre el principio y el final hay muchas otras cosas, hay, por ejemplo, la visita del amigo que ni es amigo, el antiguo compañero de la facultad de bellas artes que llega con una bolsa de plástico en la mano sin intención de tomar siquiera un whisky, sin más intención que la de hablar sin escuchar, soltar su teoría del arte y mostrar sus fotos de cuadros manchistas, cuanto más pequeñas las manchas más grande es el mundo que definen sugiriéndolo, dice, y la gracia de la escena está en la seriedad con la que dice todo, en su pelo largo y bigotito crístico, y en las caras que pone Jacques no enterándose de nada, y más detalles por el estilo, y también en el lenguaje críptico, como de solicitud de subvención, pero hay algo extraño y es que algunas de las cosas que dice el pintor manchista tampoco suenan tan mal, suenan un poco a notas del cinematógrafo, como si Bresson hubiese colado en medio del chiste lo que de veras piensa, o como si hubiese visto en lo que de veras piensa el posible chiste, no lo sé, creo recordar a otro pintor diciendo también muy chistosamente frases bressonianas en Al azar Balthasar, meter la verdad en medio de la broma, y ahora recuerdo que en Mouchette una mujer a la que en breves instantes vamos a odiar dice sin embargo una frase sobre la antigua religión de los muertos que no suena ni tan mal, que uno puede pensar que Bresson la sentía propia, hay algo extraño en esto de ir sembrando frases que suenan a verdades y que caigan dónde sea, que suenen en boca de aquellos a los que no nos tomamos en serio o a los que no queremos escuchar, como si Bresson ocultase esas frases al mismo tiempo que las hace visibles y oíbles, como si las ocultase a la vista de todos y a plena luz del sol.
(Las cuatro noches de un soñador, Bresson)