sábado, 25 de julio de 2015

hace diez quince veinte años


Hacía películas Naomi Kawase que eran como tocar y volver a tocar el mundo, a veces hacía planos así, aquí no, su propia mano tocando el rostro de su abuela o su tía abuela, no sé muy bien, la mujer con la que creció, tocando su rostro, tocando lo que ella toca.
No solo mirar, no solo tocar, mirarse tocar, que los ojos confirmen la mano, que la mano confirme los ojos, que la cámara confirme que ese momento fue real.
Filmar para ver de otra manera, para estar seguro de ver, de haber visto, y no basta con haber filmado, no, hace falta otra cosa, la forma, la idea del plano, el retrovisor, el fuego, pasar tras la planta, alejarse, las fotos de la presencia y de la ausencia, la locura de saltar por encima. 
No basta con haber visto, con haber filmado, no basta con eso para estar seguro de que aquello, aquel instante, aquella mirada, aquel amor, fue real, hay que volver a ello, hay que montar, un plano aquí, otro allí, no todas las fotos duran lo mismo, hay ritmos, un árbol que quizás nunca estuvo allí, entre la abuela que muestra el cielo y la abuela que vuelve a mostrar el cielo, y está el sonido, el contestador, estar seguro de haber sido llamada, de haber sido buscada, y esa mano que golpea la tierra en las macetas, que la mano vuelva a vivir en el sonido de mentira, tap, tap... 
Jo, Naomi Kawase, era un cosa muy fuerte ¿no? una cosa diferente, como muy desnuda, muy íntima, alguien que necesitaba el cine desesperadamente, para estar segura de que existía, para estar segura de que tocaba, veía, amaba, vivía, y ver sus películas era también una cosa muy rara que daba ganas de tocar y de mirar, de tocar mirando, de preguntarle a los ojos si lo que las manos tocaban era real, de preguntarle a las manos si lo que los ojos veían era real, de preguntarle a lo tocado y a lo visto si las manos y los ojos que tocaban eran, también ellos, reales. Y tanta duda, claro, no podía durar. 

(Ten, mitake, Naomi Kawase)

jueves, 23 de julio de 2015

mientras no respiras

Es apenas un instante. 
Yo lo recordaba largo. Larguísimo. 
En realidad no existe, lo que yo recordaba no existe. 
Lo que yo recordaba era la mirada de Camille tras el hombro del teniente. 
La mirada con miedo. La mirada como de niño valiente. 
Media cara tapada y la mirada fija tras el hombro del teniente. 
Recordaba que aquello duraba una eternidad de tensión. Esa eternidad que hay a veces en las caras inmóviles y medio tapadas en el cine. Permanecer inmóvil, permanecer medio tapado, aquello no puede durar para siempre, basta que uno se mueva, basta que la cámara se mueva y todo vuelve a ser normal, y cuando dura y dura es como si un instante se empeñase en durar, un instante que fuese como un niño con la cara cada vez más roja empeñado en no respirar. 
Eso es lo que yo recordaba, pero no es así. A saber por qué lo recordaba, qué andaba yo necesitando. 
Pero hay otras cosas bonitas en la película. 
Cosas frágiles también, cosas que a veces dependen de estarse muy quieto, sí, como conteniendo la respiración, como conteniendo un deseo de llorar o de abrazar o de echar a correr. 
Ved la mirada del cadete mientras canta.
Y en realidad esto sucede, también, porque no cambia el plano. Así de sencillo. A veces un plano inmóvil es tan frágil como un niño que se empeña en no respirar. El tiempo pasado sin respirar es diferente. En el tiempo pasado sin respirar la realidad pende de un hilo.
Algunas cosas son bellas
Porque las cosas que los hombres han hecho
Permanecen despiertas a través de los años.
Eso canta el cadete. Y a veces lo bonito del cine, que es algo que los hombres han hecho, es que haga permanecer despiertos instantes. A través de los años. El viento, una mirada con miedo, un quiebro en la voz, el tiempo de suspensión en una canción...
O quizás no sea solo el instante lo que permanece despierto. Quizás permanezca el empeño. Aquí alguien, alguna vez, contuvo la respiración.
Y quizás lo más extraño tampoco sea eso, sino que, en el fondo, eso se pueda construir. Que eso sea trabajo, que suceda porque alguien ha construido un plano muy firme, un plano inmóvil, para que por él, por inadvertencia, pueda correr un poco de aire.
El trabajo no tiene sentido, si no te absorbe, canta el coro. Y si de verdad te absorbe, olvidas respirar.

(La France, Bozon)

lunes, 6 de julio de 2015

postal con barro

...aquí es verano y hace calor y uno no debería de escribir nada de nada porque las ideas van lentas, muy lentas, como mucho se debería de enviar una postal, una postal con una imagen como esta, Marusya a la carrera, Marusya con unas manchas de barro en la cara, qué bonitas las manchas, como de pintura abstracta, como de pinturas de guerra sin guerra, sí, y otro día, cuando haga menos calor, habría que escribir sobre las manchas de barro en la cara de Marusya a la carrera, por qué el barro en la cara a veces es alegría y a veces es dolor, humillación o deseo de humillación, y qué alegría que a veces sea alegría, pero eso será otro día, un día de invierno, ahora solo sale decir que qué chulas las manchas de barro en la cara de Marusya, qué bien le sientan, qué bien le sienta todo a Marusya en esta película, el heroísmo y el ridículo, quedarse pasmada y tener una idea, desmayarse o ir a la carrera, sí, habría que enviar simplemente esta imagen y decir detrás que aquí hace calor y las ideas van lentas, pero que Barnett va rápido y también que Barnett mola, mola todo el rato, y ese molar consiste más o menos en ser todo el rato muy divertido, hasta cuando se trata de emocionar, y todo el rato muy bonito, hasta cuando se trata de hacer reír, muy bonito el mundo con su barro y sus cielos y sus aguas y sus pájaros que pían, y también con sus sonrisas y sus gentes un poco ridículas, un rato testarudas y con mala fe, y otro rato buenas y de darles un abrazo, y a veces todo al mismo tiempo, como ese cubo en el que Marusya mezcla todos los alcoholes, champán y vodka y ron y vino de Georgia y más, y aquello, la verdad, está bueno, y sobre todo sienta bien, muy bien, un calorcillo tontorrón, una sonrisa y unos ojos como platos, una sensación como de estar borracho lo justo para estar a gusto, como de estar enamorado lo justo para estar feliz...

(El viejo jockey, Barnet)

jueves, 2 de julio de 2015

color lavanda

...él empieza bailando, vaso en mano, el actor, Hal Skelly era bailarín, se había fugado con un circo a los quince años, debía de ser un poco payaso también, al principio de la película parece un animador de bares clandestinos, baila con un ritmo descompuesto, milagro de las articulaciones de goma, en el límite entre la gracia y el ridículo, al poco se casa y ya no bebe y ya no baila, es obrero en una fábrica o en una fundición, un lugar de esfuerzo y de trabajo, tiene una hija y sigue siendo un hombre alegre, sí, la alegría de la huerta aunque no baile, pero quizás, a saber, la película no lo dice, quizás le falte un poco de baile a su alegría, un poco de movimiento descompuesto...
...entonces aparece una corbata color lavanda...
...y reaparece el alcohol...
...esta es una película sobre el alcohol, casi cada segundo es, directa o indirectamente, sobre el alcohol, pero también es una película donde, en el fondo, una corbata color lavanda desata el miedo y cuando el miedo se desata ya no hay manera de atarlo y entonces el cuerpo vuelve a moverse, cada vez más, cada vez peor, descontrol de un brazo que de un solo gesto desbarata todos los adornos de una fiesta... 
...esa corbata color lavanda es una tontería, es la culpa de nadie, la culpa ajena...
...esa corbata color lavanda no es cualquier cosa, sin ella la película sería diferente... 
...esa corbata color lavanda es lo que puede hacer huir por la ventana a un hombre hecho y derecho, a un hombre hecho que se ha comprometido a mantenerse derecho y no descompuesto, antes el desastre que esa corbata...
...y a cada rato se le descompone un poco más el cuerpo a Hal Skelly, ese cuerpo de bailarín y de payaso, ese cuerpo que todo lo podía, componerse y descomponerse, arquearse, ocupar todo el espacio, temblar, se vuelve el más Hyde de todos los mr Hyde, da miedo, llega a dar mucho miedo, por los demás, por él mismo, no lo hagas, por favor no lo hagas, no te hagas eso, es y no es el padre de lirios rotos, es lo que es y lo que fue, bajo el desastre sigue siendo el mismo, hay al menos esa confianza en la película, ese cuerpo descompuesto siempre podrá recomponerse, los bailarines payasos nunca se rompen del todo, solo se arquean al máximo, al borde de la ruptura, y luego vuelven a recomponerse, pero el miedo, o más bien el pánico, el pánico a que se rompa para siempre, ha sido real... 
... y lo que quería decir es que hay que ver a Hal Skelly moviéndose en The Struggle y eso no es todo, no se parece a nada esta película hecha con los restos de un mundo que desaparece, el cuerpo de un hombre que de chiquillo se escapó con el circo, tres o cuatro calles del Bronx, tres o cuatro decorados de cartón verdad (creo que volveremos a ellos) y ese sonido de principios del sonoro, ese sonido como con grumos, que suena como de milagro, ese sonido de las películas más bellas del mundo mundial... 

(The Struggle, Griffith)