jueves, 12 de abril de 2018

sois acaso el afinador

para A.M

Había olvidado y ahora recuerdo (por casualidad, porque un amigo me envía una foto de parte de una batería) una escena de Barbara que a pesar del olvido sé que me gustó mucho, quizás era una escena hecha para ser olvidada al momento y no ser recordada mas que por azar, no tirando del hilo de la película sino gracias a algún encuentro casual que no tuviera nada que ver con ella, como un pequeño tesoro enterrado para que solo pueda ser encontrado por quien no lo busque, un tesoro sin más valor que la alegría de encontrárselo por azar, es una escena que no parece contar nada más que a sí misma, es la escena en la que al pueblo donde está viviendo Barbara llega un hombre con una furgoneta, una furgoneta que podría ser de cualquier cosa, de fontanería, de reparación de tejados, de verduras o de panadería, y es de cualquier cosa, de una cosa cualquiera que resultan ser instrumentos de percusión, todos diferentes, todos lindos, sin duda hechos a mano, uno a uno pensados y hechos a mano, y el hombre de la furgoneta simplemente los muestra, los hace sonar, golpeando con un dedo, rascando con la uña, simplemente los hace sonar, es el sonido de los instrumentos antes del ritmo, es la voz propia del instrumento antes de formar parte de algo más, de algo que se desarrolle en el tiempo, de algo para lo que el instrumento sirva olvidándose de sí mismo, y el día creo recordar que parece húmedo, se puede pensar en esa humedad fría entrando en la madera y en la piel de los instrumentos, se puede pensar que son frágiles, o también que el viento o la lluvia los podrían hacer sonar de manera azarosa, de manera no humana, pero quizás eso de la humedad sean cosas mías, lo único que sé es que el señor de la furgoneta ha sacado esos instrumentos y se los muestra a Barbara, o quizás a Beatrice, la actriz que hace de Barbara (porque esta es una película sobre una actriz que hace de Barbara) o quizás a Jeanne Balibar, la actriz que hace de Beatrice, o quizás a nosotros, ved qué objetos hay en el mundo, oíd que sonidos tienen, y Jeanne/Beatrice/Barbara sonríe, creo recordar que sonríe, y abraza al señor, lo abraza, diría, de felicidad, la felicidad de que eso exista, una felicidad quizás en contraste con alguna pena, no lo sé, una pena que por contraste hiciese esa felicidad del momento más inesperada y preciada, el caso es que le abraza y se acaba la escena, no pasa más, no sabemos a qué venían esos instrumentos, llegan y los vemos sin que tengan consecuencia para lo que pasa en esta película, una película que ahora me pregunto si no es también como esas pruebas de las posibilidades de los instrumentos, un instrumento actriz y sus poderes, con su sonido singular y sus posibilidades infinitas, una piel que al rozarse suena como sólo ella puede sonar, quizás sea eso, quizás la escena sea como una imagen de la película, una metáfora, pasa con casi toda la película, las escenas podrían ser una imagen del conjunto pero al mismo tiempo nunca acaban de serlo, casi siempre consiguen ser nada más que ellas mismas, consiguen ser el sonido antes del ritmo, el sonido antes de la melodía, instrumentos afinándose para un concierto que parece que nunca va a arrancar, hasta que nos damos cuenta de que el concierto ya arrancó y está por terminar, que el concierto era precisamente esa experiencia de los sonidos, esa experiencia de la afinación nunca del todo definitiva, una afinación que nunca podrá detenerse, que nunca podrá decir: ahora, ya está. 
(Barbara, Mathieu Amalric)