jueves, 29 de diciembre de 2016

un día

No es que me guste hacer listas al terminar el año, no, (aunque no sé, quizás no sea tan mala idea, quizás esté bien poner un poco de orden en la memoria) pero da la casualidad de que grabé un poco de uno de mis días preferidos de este año y, si me deja el resto del Diablo, me gustaría compartir aquí esos quince minutos apenas que son y no son un día (un día en el que también hubo marmitako, sake robado, conspiraciones, paseos, una cabeza de mero, una película de Renoir, una plaza al anochecer):


Quince minutos no son un día y un día no es solo un día claro, es los que preceden, es los que siguen, y no sé si es extraño, probablemente no, que la causa de ese día luminoso estuviese en otros días más chungos, en una mezcla de días chungos y días luminosos, y esto que digo se puede entender mejor, creo, aquí, y aquí
aquí se pueden adivinar días que siguieron, que están siguiendo, que seguirán.

Y también, de ese día y de su preparación, recuerdo ahora algunos de los felices cine-mangas que hizo Patricia Esteban: 
Y:


Y:




viernes, 23 de diciembre de 2016

me ves y no me ves



Hay dos hombres que pelean en el ring. Uno es John L. Sullivan, el campeón mundial de los pesos pesados. El otro es James Corbett, el aspirante. John L. Sullivan es más viejo, quizás sea más fuerte, pero no es más rápido. John L. Sullivan, el campeón mundial de los pesos pesados, está perdido.
Ahí, en el ring, donde consiguió serlo todo, ahora está perdido. ¿Veis? No sabe ni dónde está su contrincante. Lo tiene a la espalda, pero John L. Sullivan mira a un lado, mira a otro, y solo ve aire, nada que golpear, porque Gentleman Jim es, también, la historia de una innovación técnica: un hombre, James Corbett, que boxea pero que podría haber sido bailarín, un hombre que sabe que también se boxea con los pies, rápido, moviéndose un lado a otro, esquivando, apareciendo y desapareciendo. A John L. Sullivan le supera dos veces el paso del tiempo: su contrincante es más joven y practica el boxeo del futuro.
Pero no era de esto de lo que quería hablar, sólo quería fijarme en lo que se ve en esta imagen, que John L. Sullivan está perdido, que no acierta a saber dónde está su contrincante, que John L. Sullivan es un poco ridículo. ¿Por qué? ¿Por qué es un poco ridículo él y no los contrincantes anteriores? ¿Por qué esta pelea final no parece la más difícil de ganar para James Corbett, al contrario? ¿Por qué parece que James Corbett tiene siempre la pelea bajo control, que no hay manera de que la pierda? Quizás, quizás, se me ocurre pensar, porque el protagonista de la secuencia no es James Corbett, es John L. Sullivan. Quizás, quizás, porque John L. Sullivan, que hasta entonces ha sido un personaje bravucón y un poco ridículo, al que podía apetecer ver caer ko, de pronto, al estar perdido en el ring, al volverse un poco ridículo, al quedarse desarmado, empezamos a verlo de otra manera, y esta secuencia no cuenta tanto el triunfo de James Corbett, que ya se veía venir, como la tragedia de John L. Sullivan. Sabíamos que John L. Sullivan perdería la pelea, lo que no sabíamos es que sentiríamos la tristeza de esa derrota casi más que la alegría de la victoria de Corbett y nos prepara para una secuencia que llegará poco después, la secuencia en la que Corbett y Sullivan se hablan y se miran y se comprenden sin necesidad ya de ponerse bravucones...
Y es que la película es rápida como el juego de pies de Corbett, me ves y no me ves, cada vez que empezamos a sentir o a creer saber algo sobre un personaje, la película cambia de tercio, crees que estoy aquí y estoy allí y de pronto te golpeo, crees estar viendo una secuencia de victoria y de pronto te golpea una sensación de derrota. Hay sitio para todos en esta película, hay tiempo para todos, un trazo y luego un contratrazo y ya existen. Entre esos quiebros hay uno que se repite varias veces, es el quiebro de hacernos ver a un personaje idiota y de pronto virarlo a la dignidad, pasa varias veces, por ejemplo, alrededor de la primera pelea de Corbett en el club Olympic, ved, ved, no voy a contarlo, cómo se llega a la profundidad por el camino de la idiotez.
(Gentleman Jim, Raoul Walsh)