sábado, 17 de septiembre de 2016

la sentencia de los gatos


En las películas los animales saben más que los humanos.
Saben lo que más importa en una película, saben de dónde viene el peligro, quién es bueno y quién es malo, quién es normal y quién es malvado, monstruo o fantasma, son los guardianes ignorados de la norma humana.
En las películas los gatos, perros y pájaros saben y no mienten, y a menudo nos hacen descubrir a los malos encubiertos mucho antes de que los descubran los buenos, y nos pasamos el tiempo con el suspense de lo que ya sabemos y ellos no saben y sufrimos porque los buenos no ven lo que está ahí, delante de sus narices, lo que los animales no paran de decirles, y es que los buenos, a menudo, por muy buenos que sean, no alcanzan a hablar con los animales, no alcanzan a escucharlos, a veces lo hacen los niños pero, a lo niños, como a los animales, tampoco se les escucha.
Irena, que es un poco niña y un poco animal, sí escucha lo que dicen los animales y aprende con ellos dónde está el mal y lo que aprende es que el mal está en ella misma, y quizás, quizás, si no hubiese sido tan atenta, si hubiese sido tan sorda, tan ciega, como suelen ser los buenos, nada hubiera pasado, pero ella escucha y ve y comprende, y desde entonces sabe de quién no fiarse, de sí misma.
Pensad, pensad, el vértigo de la escena, ver en el miedo de los animales lo que hay en ella, que baste con entrar en una pajarería para que el paraíso de la pajarera se haga pánico ensordecedor, que baste tender la mano hacia un pajarillo para que este muera de miedo. Estas cosas, normalmente, les pasaban a los malos. Ahora le pasan a Irena, e Irena no es mala, eso lo sabemos, eso lo sabremos hasta el final, puede ser pantera, pero no es mala, y es como las historias griegas de detectives en las que un investigador descubre que el asesino es él mismo.
Irena descubre que ella está de más en el mundo, que cuando ella está hay miedo, que cuando ella no está es el paraíso, o al menos la tranquila normalidad, y a Irena le da la razón su marido, le hace sentir y le hace ver que su mundo sería mejor sin ella, sería lo que tiene que ser, y se lo hace ver en el momento mismo en el que ella había decidido, a pesar de todo, a pesar de la sentencia de los gatos y los pájaros, intentar vivir sin miedo, intentar vivir normal, y entonces Irena sabe que lo único que le queda es desaparecer, porque esta es una historia que, ya lo habían anunciado gatos y pájaros, no podía terminar bien.
Y ahora pienso que hay algo como de tragedias de descasamiento en algunas de las películas que produjo Val Lewton, en La mujer pantera, en Yo anduve con un zombie, en La séptima víctima, en todas ellas hay un hombre casado que a lo largo de la película irá pasando hacia una nueva mujer, y para ello tendrá que desaparecer la primera, quien dice desaparecer dice morir. La segunda mujer siempre trabaja por el bien de la primera, que está, se supone, enferma, en manos de un médico, en manos de la medicina en general, y ese esfuerzo de la segunda se supone que enamora al marido, y la sustitución siempre tiene lugar antes de que la primera mujer haya muerto. La nueva pareja niega a la enferma y entonces a la enferma ya no le queda más que desaparecer.
La mujer pantera cuenta esta historia desde el punto de vista de la primera mujer, Yo anduve con un zombie la cuenta desde el punto de vista de la segunda y La séptima víctima la cuenta desde el punto de vista, no sé, del mundo, o de la tristeza, o de un poeta, y parece como si fuese el mundo mismo el que estuviese a punto de desaparecer, como si fuese el mundo mismo el que asustase a pájaros y gatos.
(La mujer pantera, Jacques Tourneur)

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