domingo, 7 de agosto de 2016

Solo


En La tortuga roja hay láminas que podrían ser planos de Bresson, pero ninguna puede ponerse aquí arriba para que lo veáis; por ejemplo esas en las que la madre que parece que duerme pone la palma sobre el dorso de la del hijo que también parece que duerme, y entonces muy rápido (en Bresson habría sido aún más rápido) el hijo escurre su mano bajo la palma de la madre para volver a ponerla encima. Ese movimiento hace tantas cosas como los mejores movimientos de Bresson, hace que a la vez que tenemos conciencia de que el tiempo pasa para el hijo la tengamos de que el tiempo también pasa, pero en sentido contrario, para la madre. Hay otros movimientos igual de precisos en la película y sin embargo no podrían estar en una película de Bresson. Cuando la madre duerme y las gotas de lluvia van cayendo sobre su mano hasta que vemos que despierta porque el filo de su piel tiembla (la piel corta en las películas de dibujos animados como puede verse en la nariz muy afilada de los personajes, pero en la película de Dudok además las líneas secantes se estremecen como si estuviéramos al aire libre, como si sobre la animación también soplara el viento del mundo) digo que esos movimientos podrían estar, creo, en un episodio de la Heidi de Takahata, donde las gotas serían virutas de madera que lloverían en el taller de ebanistería del abuelo, pero nunca podrían estar en una película de Bresson. Ni siquiera Bresson tiene las manos tan pequeñas.

Pero lo más emocionante tal vez sea cuando la película de Dudok muestra algo que quizá sólo una película dibujada, es decir, extraordinariamente limitada, puede mostrar. Y es que de esta película, como de ninguna otra, se sale con una sensación aguda de soledad, de abismal distancia entre los tres personajes, y no sólo eso: de asumida distancia con respecto a ellos, como si nos hubiéramos equivocado cada vez que hemos pretendido que algo nos acercaría, e incluso como si cupiera dudar de si en el fondo había tres personajes en la pantalla, o solo uno, o hasta ninguno. Como si todo hubiera sido poco más que una cruel, crudelísima —¿quién dijo que a Bazin no le gustaban los dibujos animados?— fantasía. 

Al principio vemos que el personaje del naúfrago nada contra unas olas que ya no se olvidan una vez que se ven, olas grises que están un poco quietas y cuyas crestas desaparecen por arriba ocupando toda la pantalla. Más tarde llega a una isla que, dibujada —aunque sea muy bien dibujada— es siniestra como lo suelen ser las islas desiertas dibujadas: opaca, sorda, inhabitable. Sorprende de esta primera parte la exhibición de hasta qué punto una película de dibujos puede llegar a angustiar, a cortar la respiración (la sala entera la aguantará cuando el solitario tenga que bucear rodeando una roca por debajo). No tardará en aparecer un segundo personaje, una mujer de la que no llegaremos a saber el nombre (como tampoco sabremos nunca el del naúfrago: la película no sólo es de dibujos animados sino que no tiene diálogos). La hipótesis de que esa mujer no sea del todo una mujer (la película no se encarga de que nos preguntemos si será un dibujo sino si será —así como lo apunto— una tortuga), hace que los dos personajes estén el uno junto al otro, y de ahí toda poesía y toda verdad, como nosotros mismos podríamos llegar a estar junto a una tortuga si esa tortuga fuera lo único del mundo para nosotros, o quizá incluso como una tortuga puede llegar a estar con nosotros aunque no seamos lo único del mundo para ella. La película no olvida su historia ni siquiera en este momento, y así escucharemos estremecidos el suspiro del náufrago cuando la mujer (la tortuga) acaricie su nariz puntiaguda.

Todo ello no sólo invita a ver o volver a ver Naúfragos de Hitchcock y Robinson Crusoe de Buñuel (e incluso el Náufrago de Zemeckis, cuya primera media hora me gustó tanto cuando la vi hace tiempo en la tele), sino sobre todo a leer la historia de Defoe para recordar el personaje de Viernes, ya que creo que en él puede haber pistas sobre lo que esta mujer-tortuga de Dudok supone en cuanto símbolo mejorado. Y sobre todo porque en la película no tarda en aparecer un nuevo personaje, un más difícil todavía que en realidad es lo más natural del mundo ya que no es sino consecuencia de la muy tangible humanidad de esa tortuga a la que he llamado símbolo mejorado, lo que de repente me parece sonrojante porque lo que aparece es un niño, un bebé que pasa a formar parte no sólo de esa frágil familia sino sobre todo de esa engañosamente esquemática historia de aislamiento escalonado. Sí, porque ¿qué tenemos aquí además de un naúfrago y su familia de circunstancias, una mujer-tortuga con la que el naúfrago no necesita hablar para comunicarse y un niño que, si bien parece humano como su padre, ha nacido en una isla y no guarda nostalgia de otra sociedad que la —digamos— sociedad de su madre, la sociedad de las tortugas? Tenemos a un cineasta que sabe hasta qué punto pondremos todo lo nuestro dentro de esos tres personajes que él se ha limitado a rodear de una línea finísima, cortante y temblorosa a veces, pero otras veces del todo quieta, repentinamente inmóvil como dicen que es marca de la casa en Ghibli.

Os recomiendo que, esta película, no la vayáis a ver solos. O que si vais solos por lo menos os aseguréis de que la sala está muy llena, y si puede ser llena de niños, que se supone que son quienes van a ver las películas de dibujos, aunque el día que la fui a ver yo sólo había adultos. 

De las películas de actores nunca salimos solos, siempre salimos, por lo menos, acompañados de ellos. Tenemos la sensación de haber pasado un momento de nuestra vida con ellos, de haber coincidido en el mismo lugar y por eso nadie nos puede hacer creer que no hayan existido o que hayan dejado de existir, ni siquiera quienes más misteriosamente saben cómo demostrar esto último que suelen ser ellos mismos, o sus personajes. No importa lo que arteramente nos puedan dar a entender cuando se hacen los muertos, no lo creeremos del todo por muy acabada que pueda estar la película o por muchas luces que se encienden al final, por muy abatidos que salgamos nosotros de ella. Pero de una película de dibujos como esta, de la obra maestra del cineasta más feroz y más doliente que quepa imaginar desde Bresson, o desde Dreyer...