viernes, 20 de agosto de 2010

lo que permanece



1
Quizás... quizás sea la Filmoteca el mejor lugar para ver Ne touchez pas la hache. La filmoteca, con sus toses, sus envoltorios de caramelo abiertos a deshora, sus partidas regulares, sus murmullos desaprobadores, su impaciencia. Al fin y al cabo, nunca leemos mejor que en el metro y en el autobús, lectura frágil. Nunca, y mucho menos en casa y en silencio.

Quizás sea la Filmoteca el mejor lugar para agarrarse a la sensualidad frágil de la película.

Película sensual, como las de Bresson o las de Rousseau, si entendemos por sensuales aquellas películas que agudizan nuestros sentidos. Aquellas que nos hacen ver, oír y sentir con una acuidad especial al salir del cine. Aquellas que se sienten en el cuerpo, al abrir una puerta, al andar por la calle, al mirar un rostro. Abrir una puerta no es lo mismo después de haber visto Pickpocket. Películas ebrias.

(El enrarecimiento es clave para alcanzar esa sensualidad, unos pasos no se oyen más que si se destacan en una banda sonora austera, precisa. Dos voces no se oyen si no se da el tiempo para que sean oídas en todas sus modulaciones, solas la una frente a la otra.)

Porque la materia de Ne touchez pas la hache es una historia de Balzac, una historia bella y singular, en modo alguno el enésimo amor romántico. Pero la materia son sobre todo dos cuerpos: el cuerpo grande y cojo de Guillaume Depardieu, el cuerpo frágil y voluble de Jeanne Balibar. La voz de él, la voz de ella, las manos y sus gestos…

Hasta tal punto que un primer retrato de la película podría ser, a la manera del retrato de Alexandre en La maman et la putain:

Él…………………….Ella
Manos……………….Manos
Voz………………….Voz
Cuerpo………………Cuerpo
Paso cojo…………….Paso flotante

Rara vez como en esta película resuenan los pasos en el suelo de madera. O, por dar un ejemplo puntual, en el silencio de la noche, Jeanne Balibar sube en su carruaje poco antes de ser secuestrada, poco antes de bascular su vida. Hay que oír en medio de ese silencio el sonido de la escalerilla del carruaje al plegarla el criado, hay que oír en ese sonido lo irremediable para saber lo que puede el cine sonoro.

Luego se puede hablar de la historia, de los juegos del deseo, de la descripción de una sociedad, pero lo primero es esa presencia física de cada instante, y su movimiento.


2
Cantaba Bambino: Tiemblo de verme contigo… y le respondía el coro, mientras daba palmas: temblores, temblores de agonía… Y retomaba Bambino: este querer es un castigo, castigo que yo deseo… yo en tus palabras no creo y en las mías tu tampoco… y me duele el pensamiento de este puñal que presiento llenará de agonía tu alegría y mi alegría, gitana de mis tormentos…

Todo esta dicho desde el inicio del relato de las aventuras del general (Guillaume Depardieu). Cuenta él cómo atravesaba el desierto junto a un guía, y el guía le iba diciendo “Dentro de una hora hemos llegado, dentro de una hora”, pero pasaban las horas, crecía el tormento del general y aquel desierto no se terminaba, y el general agonizaba sabiendo que el guía le mentía y pensando que le dejaría morir, pero el guía acababa diciéndole: “Si te hubiese dicho la verdad, que quedaban cinco horas, habrías muerto” y a hombros le acababa llevando hasta la vista del oasis, a un lado el desierto, al otro el paraíso terrenal.
Ahí está la historia del general y de la duquesa, la travesía del desierto del que ella es guía, pero él perderá la fe cuando el oasis ya está a la vista. Una historia de deseo relanzado, y cortado y relanzado… Hasta quebrarse todo, en ese sonido de una escalerilla de carruaje plegada en medio del silencio y de la noche.

3
Una películas hecha de voces, de pasos, de manos, de gestos, de viento, de luces, de música, pero también de palabras, palabras de Balzac. Estaban ahí, en el libro, pero la película les da una presencia, un peso, las hace oír.

En las voces y también en los cartones que de vez en cuando van apareciendo. Frases tan memorables como: “Acero contra acero. Ya veremos qué corazón es más afilado.” Dicha por el general, en un extraordinario primer plano contrapicado (llega hasta le primer plano), a continuación un plano de él entrando en el hotel particular, y cartón que retoma: Acero contra acero.

Arte de la puesta en escena: hacer visibles, hacer presentes, los cuerpos, los lugares y también las palabras. Escribía Bresson: Dar a las cosas el aire de querer estar ahí.

Otro cartón: la duquesa busca al general por los bailes, un plano de un baile, la música, los bailarines, ella mira si está él en la sala. Música interrumpida en medio de uan nota por un cartón: “En vano.”

4
Y uno de los finales más memorables del cine reciente, una película de aventuras enrarecida, la preparación del asalto al convento. Un barco, los roles echados a la pajita más corta, los cálculos…

Un momento: sobre una hoja blanca una mano dibuja el convento, vemos todo el dibujo hacerse, cuando termina panorámica hacia arriba que descubre enfrente el convento. Luego nada es explicado a partir de ese dibujo, como podíamos esperar, que sirviese para explicar el asalto por venir. Y al mismo tiempo la idea queda presente, enrarecido cada momento, solitarios, como recuerdos de una novela de aventuras leída en la infancia. (Eso dirá más tarde un personaje, hay que pensar en la duquesa ahora muerta como en un libro leído en la infancia.)

Otro momento: una serie de movimientos de cámara. Concluye un travelling por una baranda de piedra, aparecen unos garfios que se enganchan desde el otro lado, las cuerdas por las que van a subir. Pero no les vemos subir, con esa aparición de los garfios desde el otro lado basta para significar, y aún más, para hacer sentir toda la aventura de nuestros sueños de infancia.

Y un final brusco, inesperado, seco. A tono con las bruscas elipsis y largas escena de la película. Que no comento. Pero difícil olvidar ese mar que ciega, difícil olvidar esa última frase: “Ella ya no es más que un poema.”

Y el corte final. Una vez más, antes de que dure demasiado, permanece lo que parte un instante demasiado pronto. Permanece lo frágil.

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